Tarde de sol en el Abasto, y el patio del Konex se puso su mejor vestido dominguero; mucho color y looketes de barbas, mostachos y raros peinados nuevos, para festejar y bailar en el Festival Buena Vibra. Una fecha que reunió a la música, en su faceta más ecléctica.
Bien temprano, puntual y en primer lugar toco Fémina. Las hermanas Sofia y Clara Trucco y Clara Migliori, llenaron con su fuerte presencia y sus liricas existencialistas el escenario. Este trio patagónico, en el transcurso del último año aumento y afianzo su exposición internacional con su segunda gira por EE UU durante septiembre y un reciente viaje a Australia. En un set de nueve canciones, donde cinco fueron novedad, no dejan de mostrarnos su vertiginoso crecimiento, afianzadas en la singular hibridación que hacen entre sus métricas hip hop y sus raíces folclóricas, todo bien trenzado alrededor de los arreglos vocales. Rimas místicas con las que surfear las oleadas de cumbia, funk, reggae, samba y folk que irrumpen en cada tema.
Todavía con el sol en alto y mientras el patio se seguía llenando, fue el turno de Francisca y los exploradores. Con este nombre, que le guiña al equivoco, se presenta Franco Siglietti, quien pisando fuerte en la escena indie, viene de ser producido por Adrian Dargelos. Con un despampanante outfit blanco que incluía sombrero y abanico, dio rienda suelta a su poesía pop, canciones que le hacen una oda y enamoran a lo cotidiano; sea apoyada en beats electrónicos o desde la simpleza de una guitarra.
Antes de que se fuera la última luz aterrizo Sig Ragga y el patio se hizo pista. Con una apuesta visual tan ecléctica como su música: sus pieles plateadas y sus trajes blancos espaciales, sobre proyecciones con aires de opera editado color fluor. Bajo, guitarra, batería y teclados en una orquestación clásica que, sobre un esqueleto reggae, se viste en clave progresiva, -sucesivamente de rock, balcánica o lírica - hablándole en línea directa al universo o inventando nuevos lenguajes con sonidos. Se despidieron bajo el compacto aplauso de su público, ¡mientras Tavo Cortes, tecladista y cantante saludaba con un “cada vez somos más!”.
Y entonces se hizo de noche y todos nos apretamos mas cerca del escenario, la expectativa crecía mientras aplaudíamos cumpliendo ese ritual ansioso de los fanáticos. Hasta que apareció una Juana Molina sonriente en el escenario y desplegó su avalancha sonora.
El primer tema fue Cosoco, bien al frente y el publico se largo a bailar. Lo siguió Cara de espejo y Estalactitas. Ya a esta altura uno no podía dudar de la contundencia en vivo de este formato trio que, reunido para la presentación del disco anterior Wed 21 (2013), sigue hasta la actualidad, incluida la entrada al estudio para la grabación del último disco Halo (2017). Odín Schwartz en teclado, guitarra, bajo, sinte y voces se luce como versátil complemento armónico y compañero de juegos y baile en el escenario. Diego López de Arcaute en batería, arma un set de percusión extensísimo que incluye caja de ritmos; así “Sr. Precisión”- como lo presento la misma Juana- nos deleita y hace entender que también está muy instalado en producir un particular universo sonoro para cada canción.
Paraguaya, Eras (Come quickly), One day y Sin dones salen a escena en versiones larguísimas que ofrecen primeros tiempos mas fieles a las grabaciones y segundos tiempos re versionados, distorsionados, con mucha energía. El diálogo amoroso con el público se multiplica en risas y la aparición de momentos histriónicos de Juana: personajes, danzas y anécdotas, creando una atmosfera de cercanía que posibilita que después de esta explosión, se genere el silencio necesario para un tema como Lentísimo. Continuaron con Ay, no se ofendan y, por último, Ferocísimo.
A esta altura de la noche, el domingo ya nos había empachado de Buena Vibra pero, aunque ya había comenzado a retirarse, Juana volvió saltando al ritmo del “una más, una mas” que surgió automáticamente. El bis elegido por el público fue Sin guía no. Y entonces, mientras uno caminaba entre el público que comenzaba a retirarse, podía oír como loops pequeños fragmentos de las melodías que persistían en los cuerpos de todos.